Castillo de Bodiam

Los pasos por la madera de la habitación se escuchaban como si alguien tuviera prisa, y quién no la tendría al momento después de la ducha. Los pasos eran colindantes con el sonido de la tela contra la tela y la piel, como rascar un pedazo de carne envuelta en bellos. La mano cubierta con guantes de piel de toro tocó el vidrio de la esfera que descansaba sobre el liso de la mesa cerca a los aposentos. Se vio quitándose la corbata, dejando abierta su camisa apenas por la parte del cuello, el rostro de curvada sonrisa no era la excepción, adornado con un bigote de estilo antiguo.

Marcus Tesla salió de su habitación. Caminó por los pasillos vacíos y silenciosos, bajó las escaleras del edificio donde su cuerpo corresponde al descanso nocturno, pero en la obscuridad el científico trabaja.

Fue difícil salir de a Isla de Ouroboros sin ser descubierto. Algunos vigilaban el transporte hasta el mundo humano. Con todo lo de la guerra, el asalto ─por no decir estropeo─ de la boda más trágica y al tiempo victoriosa de todas, ha obligado al consejo de los 25 aumentar la guardia. Pero, al fin y al cabo, el Tesla logró su cometido con sus habilidades sigiles y sus sorpresas inesperadas.

Llegó al mundo humano, el mundo de las razas en guerra, pero se colocó en frente de un castillo al que llamaban Bodiam, impetuoso nombre para una fortaleza deshabitada. Aprovechó la oportunidad para subir por las escaleras de marfil polvosas y chirriantes. No contaba con la idea de tener que husmear por alguno de los cuartos. Vaya sorpresa fue la de encontrarse a una mujer desnuda y espeluznante a la vez de encontrársele en una tina de sangre.

─ Preciosa imagen para un lugar lúgubre. ─ Mencionó Marcus con una sonrisa en su rostro. ─ No sé si sabes que el rojo y el negro se llevan bien. ─ Concluye, mientras agarra la cadena plateada de su bolsillo en el chaleco, tirándola con fuerza y tomando un reloj de bolsillo.

El sonido de la sangre es bastante peculiar. Es como mover carne y agua al mismo tiempo, ambas unidas; era como el sonido de las aguas de un pantano, cuyas densidades sobrepasan cualquier otro líquido, pero no eran negras o verdes, sino rojas. Quién fuera vampiro para lamerse los labios al ver un fluido biológico y quién fuera mago científico como para interesarse por él, más aún cuando un poco de aquel roció su rostro.

Marcus Tesla vio el reloj tan rápido como salpicaron las gotas de sangre de una arremetida veloz hacia una parte obscura de la habitación. Algunas gotas cayeron en el contorno de los ojos, y no solo había gotas de sangre en sus ojos, también los había en su reloj, sus zapatos y el suelo donde el vampiro saltó rápido para salir de la tina. Nuevamente ella se encontraba en las mismas condiciones de su extraño descanso: los ojos de color rojo que resaltan en la negritud de su escondite.

─ Una información bastante interesante para una persona que está asustada, ─ vocaliza el científico con el fin de hacerse notar en contraste con el eco que se formaría por su voz. ─ A decir verdad, no percibo ningún nerviosismo en tus palabras. ─ Era verdad. Se preguntó antes de hablar cómo un asustado le brinda información extraña a una persona con un calificativo similar a lo que habla.

«¡Oh!», lanza una interjección susurrante, casi como para no ser escuchado por aquella mujer. La razón es la serpiente salida de su cuerpo. Su expresión apagó la curva de sus labios, pero una vez descubierto ser mascota de la dueña, volvió a aparecer.

─ ¿Acostarme con usted?, ─ dice expresivo. Sus manos se colocan en actitud pensativa, lanza un sonido con su garganta, pero satírica a la vez. ─ No creo que sea conveniente. En primer lugar, solo quiero estar a la moda juvenil, puesto que ya me cansé de usar corbatas de viejo, ─ dice con respecto a su camisa desabotonada en la parte del cuello. ─ En segundo lugar…, ─ deja que los ecos se dispersen y hace una pausa notable. ─ Un hijo mitad vampiro y mitad mago sería todo un desastre… al menos, para todos. Pero, para mí, que quiero acabar con esta guerra, es bastante cabalístico. ─ Rio a carcajadas silenciosas y con la boca cerrada.

Su risa disminuyó, sus brazos bajaron hasta sus bolsillos, pero su risa aún seguía intacta por el hecho de que aquella mujer le hablaba a su peculiar mascota. Causa gracia sin igual.

─ Su sueño fue placentero, por lo que parece, ─ dice en forma galante a la pregunta sobre la hora. ─ Anocheció hace seis horas. Marcus Tesla, para servirle…, ─ cierra sus ojos y agacha su cabeza tan galante al momento de la presentación. ─ O, más bien, para que me ayudes a servir. ─ Abre sus ojos aún encorvado y mira los ojos penetrantes de la vampiro.

Con gestos y movimientos de féminas en sus manos, Marcus Tesla guarda lo único de color que hay en toda la habitación, además de la sangre. El dorado del reloj antiguo era nada más una masa de ambarino oscuro con el ambiente en el que se encuentra él junto al vampiro escondido en las tinieblas. Le pareció interesante aquella nueva real imagen que contemplaba luego de su desnudez y su boca abierta, mostrando sus colmillos, mientras que su cabello también se empapaba en su propio alimento. El banco combina con todo, la piel de la mujer con el negro y el rojo. Ahora se encontraba en una esquina, dando presencia a la nada, iluminando funestamente con sus gules iris.

─ ¿A su edad?, ─ pregunta sosteniendo la curvatura de su rostro en sorna. ─ Ah, ─ susurra muy bajo al darse cuenta de la inmortalidad de los de su raza, o más de sus largos años. El cambio de dimensiones le ha hecho enterarse de informes un poco contradictorios.

Su mano derecha se alza, las pieles de tela y carne producen un sonido seseante que forma un suave eco en donde estaba parado. Su dedo pulgar y anular tocan cada uno de los extremos de su clásico bigote, como si se limpiara los labios al comer algún dulce o tomar algún líquido. Intenta parecer lo que no es, pero solo acaricia su propio pelaje.

─ Imposible, ─ saborea sus palabras como consiente cada uno de sus bellos. ─ El bigote es el emblema de la familia Tesla, ─ recuerda. ─ Mi padre lo tuvo y su padre antes que él. ─ Por fin suelta su juguete de niño adulto y suelta sus brazos para quitarles la tensión. ─ Parecer un anciano apuesto es mi destino, mi querida. ─

Pasó por la mente del científico una duda que le llevó a sí mismo a la confusión. ¿Un vampiro sorprendiéndose por ser medianoche? Hace tiempo que ellos mismos convirtieron al día en enemigo de la noche, uniéndose al negro por naturaleza. Cualquier otro de su raza se alegraría por ser medianoche, cualquier hombre que sea bestia también lo haría. Tal vez ellos colinden a la misma altura de épicos demonios de las mitologías habidas y por haber. No hizo más que presentarse tan galante como sus ultrajes.

─ ¿Eres la única que no me conoce?, ─ pregunta una vez más, incorporándose nuevamente. En un mundo de guerra, es esencial conocer los líderes que se sientan en sus sillas de mármol para gobernar cada uno de sus bandos y razas. Marcus a ella la conocía muy bien. Si no fuera así, no habría podido llegar hasta su posición. ─ Es obvio que soy familiar de Nikola Tesla, ─ menciona. ─ Soy uno de los veinticinco descendientes de la raza de los magos y el último de mi apellido. ─ Se olvida que no es de ese mundo, pero darle la confianza a alguien que solo le serviría para una batalla de conquista, es algo inaudito.

Lo último que escuchó de ella fueron balbucearías sobre una historia que él conoce. Ella es una de las partículas de polvo adheridas al hilo de continuidad de la familia Tesla, la conoce perfectamente por ser de una raza diferente que su antecesor, Nikola Tesla, descubrió en el auge de su brillantez. La conoce perfectamente por ser ella su madre en el mundo del que procede.

Ante la historia que ella le contaba, guardaba silencio. Obediente, acepta la invitación de la dama a seguirle. Su silencio también era una muestra de afecto y de agradecimiento a sus maternos cuidados. Tal vez lo hizo porque percibió en ella cierto matiz de amor hacia el antecesor de los Tesla. Aquel sentimiento biológico andaba por todas partes, persiguiendo al científico por doquier.

─ Eras una mujer importante para él, no lo dudo, ─ dice indirecto y hace una pausa. ─ Mi cabeza maquina muchas cosas, ─ dice con sarcasmo. ─ Quiero que hagas algo por mí, ─ se coloca erguido, mirando hacia su lado, por donde cree estar el castillo de Canterbury. ─ Quiero tener bajo mi poder el castillo de Canterbury, ─ mira nuevamente a la chica, apagando su sonrisa poco a poco en un tema que se torna serio. ─ Estoy contrayendo varias torres Wanderclyffe a su alrededor, pero quiero que parezca como que no fue cosa mía. Los magos tratarán de matarme si eso ocurre. ─ Vaya plan para alguien que simulará estar muerto.

Dejó caer su cabeza hacia atrás para descansar su nuca. El trabajo le había agotado, pero valía la pena si de acabar la guerra se refiere. El primer paso es plantar la cede de operaciones del futuro golpe a la sociedad mágica de Ouroboros, tratar de hacer que se maten los unos a los otros con el fin de que ya nadie quede en su camino y, por fin, crear un nuevo mundo después de aquel diluvio de fuego y metal.

─ Para evitar sospechas en mi contra, ─ mira nuevamente hacia un lado. ─ Tengo algunas otras cosas que hacer, mientras tú realizas tu cometido. Después de todo, soy un mago que no posee poder de bilocación. ─ No la verían a ella haciéndolo, verían a Marcus campante en su propia isla, desviarían la atención.

El Tesla curvó su sonrisa nuevamente y no aguantó una sonrisa deslumbrante, mostrando los dientes en preliminares a las respuestas de los interrogantes de la chica. No es su culpa su desconocimiento a los planos de la nueva torre Tesla. Grave error el creer que emitiría sólo ondas de comunicación.

─ Los espionajes no ganan las batallas, mi querida, ─ dice cerrando su boca, mirando a sus vampíricos ojos que, en vez de penetrarles miedo, le causan entusiasmos peculiares de actitudes relampagueantes. ─ La torre Tesla, más que un transmisor de ondas de comunicación también emite ondas que causan desastres aún más… ─ rebusca alguna palabra prudente en el parpadeo de sus ojos y en el movimiento y retorno brusco de sus pupilas… ─ devastadores. ─ Concluye.

La idea de la chica, sin embargo, va más allá. Ella creía que los dos conquistarían el castillo, juntos, pero él no atrevía a arriesgar sus reconocimientos por un simple experimento de campo, con conejillos de indias ideales para aquello.

─ ¡Oh!, tú eres un ser que consideraría mágico, eso sí es cierto, ─ trata de jugar con su mente, dándole la razón. ─ También soy consciente que Londres no es un lugar que digamos seguro para una raza diferente de la humana, vaya que sí discriminan. Pero, ten por seguro que me encargaré de esos pedazos de carne andante. ─

Su mente era un rollo de película que contiene imágenes de planes cada vez más efectivo. Hablar con alguien le resultaba bastante interesante.

─ Soy experto en deber favores, ─ pero no en pagarlos, piensa para sí. ─ Compromisos son compromisos, ─ divaga a la vez que corresponde a estrechar su mano sobre la piel fría de la mujer pálida como el hielo.