Cueva de la desesperación

Por lo que hace Vanessa, se que no aprueba que yo haya aceptado las palabras del Pyro, pero es que me da lo mismo, tanto lo que diga él como lo que opine ella. No pienso hacer ese tipo de sacrificio. El cabron se rie cuando lo amenazo de muerte. Una de dos, o la idea de que me lo cargue lo motiva, o no se lo toma en serio. Ya descubriria cual delas dos era, llegado el caso. Dice que ellos, su clan, no son como una secta ni nada por el estilo. Sus palabras suenan bien, hasta lógicas. Son sus actos los que hablan en su contra. Nadie nunca se ganaria mi lealtad atacando a los mios.

No le respondo. Dice que los conoceré, cuando le plazca a él. Lo importante es que suelte a Vanessa. Se acerca mucho a Vanessa y le pega un...lametazo en la mejilla, aunque sus palabras son para mi. Y se atreve a amenazarme. Por fortuna, tanto para él como para ella, se desaparece de encima y reaparece mas atras. Mi mirada lo sigue como un depredador concentrado en su presa. Fija, muy fija, impenetrable. En un gesto totalmente serio.

Echa a andar, nos da la espalda y se larga. Antes de perderlo de vista corto el contacto visual porque si seguia mirandole la nuca me iba a lanzar tras el a morderle en la yugular y no quiero. Rapidamente me agacho al lado de Vanessa mirando su cuello. Presenta una quemadura, en modo de enrojecimiento, con la forma de la palma de su mano. Y la mano de ella.... la miro, chasqueando la lengua.

"puto cabrón, pues no va y dice lo de la luna llena. Eso es extorsion!"

- Puedes mover la mano?

Le digo mientras descongelo el agua que cubre mis antebrazos, poco a poco, para que vaya cayendo sobre su mano quemada y alivie un poco la quemazón. Es el unico primer auxilio que se me ocurre.

*El hombre me aprieta más, a la vez que sube ligeramente la temperatura. Me cuesta respirar... Empiezo a marearme, pero veo su cara de psicópata cuando se me acerca y lame mi cara. Pasa su lengua por mi mejilla como si fuera un delicioso pastelillo, y tal vez eso le parezca. Cierro los ojos y aguanto el poco aire que puedo coger, hasta que dejo de sentir su peso encima mía y su respiración junto a mi rostro. Miro a Lykaios cuando me pregunta, todavía algo mareada. En vez de contestar levanto el brazo extendiéndolo delante de mí e intento abrir los dedos, pero la piel está chamuscada y pegada al arma como si fuera chicle. Niego con la cabeza, más asustada de lo que aparento, y dejo que el jefe me calme un poco el dolor con el agua. Luego me siento en el suelo duro de aquella cueva y suspiro por el alivio de que aquel hombre se hubiese ido, aunque siempre podía volver.*

-Mi mochila...

*No quiero ponerme en pie porque probablemente mis piernas temblarían y caería al suelo. Solo puedo ver mi mano quemada y rosa... la necesito, necesito esta mano para luchar, yo no sé disparar con la izquierda, me llevaría demasiado tiempo aprender, no puedo convertirme en una carga... Pero tampoco dejar a Lykaios en su estado. Con el botiquín de mi bolsa puedo curarle algunas de las heridas, los arañazos y dentelladas no muy profundas, evitando que use su magia para ello y se concentre en las peores partes. Además también le he traido ropa... ya es hora de vestirse. *

-¿De dónde... ha salido ese... loco?

*Aún me cuesta hablar, siento la garganta dolorida, pero no me preocupa quedarme sin voz sino sin mano.*

Observo mas el estado de su mano, la piel esta tan quemada que se le ha pegado entre los dedos. No puede moverla y la veo negar con la cabeza, asi que yo asiento.

-Vale, vale, tranquila. No te muevas. Es una maldita orden.

Cuando he descongelado todo el agua, me concentro en su mano. La mantengo ahí, una esfera acuática que gira suavemente alrededor de la zona afectada. Me basta un muy leve movimiento de mis manos para ello. Pienso que cuanto mas mantenga ahi el agua, mejor. Siento un cosquilleo raro en mis manos, que achaco a mi propio mareo, a todos los golpes recibidos en la cabeza. Su pierna tambien tenia una quemadura bastante horrible. Cada vez odio mas y mas a Hades. Pyro. Imbécil.

"su mochila?"

En cuanto me levanto para ir a por ella, el agua que tenia en su mano circulando cae al suelo, sin amo ni dueño. Agarro su mochila y la traigo donde nosotros, encuentro algunas cosillas de primeros auxilios, y....unos pantalones. Sonrio de medio lado medio sacandolos

-tanto te preocupabas por tu jefe nudista? Estas loca, Moreau.

Me encasqueto los pantalones y luego saco algunas cosas mas de su mochila, pero nada me sirve contra las quemaduras de su mano, asi que las vuelvo a guardar. Entonces lo tengo claro,eso necesita algo mas que gasas para restaurar la funcionalidad de la mano. Sin duda estoy jodidamente cabreado.

-Ese? No lo se. Cuando me destransforme ya me habia peleado con él como lican. Cruzamos algunas frases y luego...ya viste como acabó. Y ya has oido lo que quiere. Le pueden dar por culo.

"Eso si, pienso visitar su clan, pienso ver de que narices va un clan con un tio como ese de lider."

-Ahora ademas del colgante te debo una pistola? Joder Vanessa, debes cuidar mas tus materiales.

Recuerdo que no llevo ni mi galeon comunicador, no queda mas remedio que usar la desaparicion. Con el actual estado de mi cabeza no es ni si quiera una buena idea, pero ya se sabe que yo no soy de los que se plantean mucho que pasa si algo sale mal, asi que sujeto a Vanessa, desapareciendome de alli con ella rumbo a la enfermeria de la base.

¿Qué es primordial para una historia? Un contexto. ¿Qué contexto? Dos. Oh, bueno. “Qué” no es igual a “cuantos”, ¿Pero sabes qué? Me la pela.

Vayamos por partes: El primer contexto es el momento en el que narro esta historia. Está en pasado, sí. ¡Pero no en un pasado perdido! No nos pongamos a hacer crítica, aún así… En los momentos en los que cuento mi vida, o más bien dicho, la narro a una vieja grabadora, estoy en un lecho. El de mi muerte, por supuesto. No nos pongamos a explicar el cómo he llegado aquí ni sandeces del estilo. Dedico estas palabras, con amor o con desprecio, al que una vez me hizo de carrito. Cuando yo solía ser un mísero cojo.

Segundo contexto, el de la historia. Creo muy conveniente comenzar por lo verdaderamente importante. No hablemos ya de todas mis aventuras en el interior de las cuevas, ¡Menuda pérdida de tiempo! Es mucho más sustanciosa la historia que comienza más allá de esas lúgubres cavernas. Y el primer episodio es por supuesto aquel día que contemplaba el mundo exterior por primera vez. Un bastísimo cielo sobre mi cabeza, de un tono anaranjado por el anochecer. Una bola de fuego en la distancia, unos vientos extraños colándose por los agujeros de mis narices… ¡Todo tan ajeno! Y yo lo primero que fui a pensar fue…

-”¿Menuda puta mierda, no?”- Porque me vino a pillar una alergia o alguna mierda muy extraña y esa cantidad tan abrumadora de oxígeno me saturó el sistema. O algo así. Notaba las sombras de mis extremidades derechas revolverse muy incómodas. -Calma, Vlosinssrigg. Todo a su debido tiempo.- Dije al caprichosísimo espíritu que ya se revolvía ante la idea de obtener carne nueva, fresca, deliciosa. Almas que cosechar. Hablaba en mi idioma porque era el único que sabía. Bueno. Más o menos, pero no me jodas. No me iba a poner a hablar un inglés que ni Shark Espera o como se llame el autor de las narices.

Primero tenía muchas otras cosas que hacer. Y no me arrepiento de no haber dedicado ni un minuto de mi vida a leer tales sandeces, pues el conocimiento me esperaba en otros lares. -¿Nos vamos a portar buenos y trataremos de hacer amistades, comprendido? Acabamos de andar… Uh, ves tu a saber, ¿Tres horas? Y ya estoy cansado. Mucho. Vamos a hacernos los extranjeros, los muertos de hambre. Comida, entender como van las cosas en este mundo. Y entonces ya empezaremos la cacería. Pero ahora, cállate la puta boca y deja de dar por culo, cielo.- Hablaba a mi espíritu con mucha calma, pero de mi boca salían víboras y culebras. Arrastrando a mi guadaña Ogrim me fui a situar en un pequeño lugar elevado, la luz cegándome las miradas que pudiera desear echar. Y yo internamente estaba empezando a arrepentirme. Qué asco daba esa luz. Y qué asco sigue dando. Joder, ¡Si aún entra por la ventana de mi lecho de muerte! ¡No me deja morir en paz!

No, apartemos ese detalle. La narración, si. La historia. Allí estaba yo mu’ quietopara’o en aquella piedra, toda mi oscura figura muy tapada por más quilos de ropa de los que yo pesaba, la colosal guadaña descansando en un lado. No habían moros en la costa, pensé. Ni un alma. O sí. Estaba cegato. Irónico es pensar que yo no sabía ni que era un moro, ni qué una costa, ni tampoco aquella frase hecha. Ya descubriría las cosas, todas a su debido momento.

Fue el destino caprichoso al enviar a un demonio de mi índole (o algo parecido) un ángel como primer heraldo de la fauna de aquel mundo tan distinto al mío. Lo vi volar en su extraña gloria, y yo quedé muy admirado. -Contempla, Vlosinssrigg. ¿No la encuentras gloriosa? Las carnes son de un color ajeno... ¡Y esas alas! Yo sé de ello, pero todo me parecía una curiosa mitología... Pero observa, ¡Una mujer alada!
F
Se posó en el suelo y Vlosinssrigg insistió en que sería una estupendisima presa. Pero a mi me primaba la sed y el hambre. El cansancio hacía estremecer mis aún de carne extremidades izquierdas. Usaba la guadaña como soporte, a cada paso hacía de tercer pie. Con esa patética forma de avanzar me acerqué q la entrada de la cueva que ella había escogido de destino, con distancias prudentes, pero suficientes para que atisbara mi presencia. Aparte de pellejo y ojo falto no debió verme nada muy raro. Vlosinssrigg estaba muy bien disimulado. -¿ Tiene usted un momento?- Pregunté en mi idioma natal, sin rreparar en que ella lo desconocería. Y me quedé ahí quieto esperando su reac

Llámalo cosa, llámalo ángel, llámalo ser alado, o ser helado, o querer helado, pero la cuestión inmediata es que se giró. Vale, veíamos en los mismos planos de la existencia. Parecíamos existir coherentemente. Relación era posible, aunque no compartieramos idioma. Era una mujer. No. Una chavala. Parecía joven, quizás demasiado. Habían más rasgos aparte de sus alas que me dejaban más que desconcertado. No sabía siquiera qué empezar a mirar o qué me llamaba la atención en mayor medida. Creo que ella también quedó como muy “¿Pero qué putísima mierda es eso?” mientras escrutaba todo el compuesto miserable y retorcido que resultaba ser mi ser, ¡Válgase la redundancia! Amorfo entre mis telas, cojeante, con una en absoluto sospechosa guadaña en mis manos.

Hablando en un idioma que igual parecía una invocación de demonios de otros planos raros de los que, como puedes adivinar, puñetero carrito, no hablaré. Ya sé yo que tú odiabas la magia, y la magia te odiaba a ti. Así que no te aburriré ni a ti ni a cualquier otro posible lector… no, oyente, de mi historia. Que no sé porqué irías a compartir mis palabras con nadie. ¿Para pagarte unas cervezas? Que así sea. Intentaré darle sustancia a mis cuentos de ir a dormir. Me observó extraño y señalándose (aunque en el idioma de los elfos oscuros los gestos con las manos eran un idioma muy distinto) me comunicó algo que, por contexto, debió ser su nombre.

-Diráitu- Repetí yo muy contemplativo. Sonaba no muy distinto a los que había escuchado en mi larga vida. Me señalaba a mi. Si no se estaba presentando a saber qué carajos quería. -Ve…- Fui a presentarme yo. No, “Ve” ya no era el inicio de mi nombre. Decidí tomar otra identidad el día que me “morí”. El día que me dejaste ahí tirado, niñato. -Ilztvyll Arken’rret- Fue alto mi orgullo al pronunciar mi apellido, mientras posaba una mano abierta en mi pecho. Saqué de mi saco de viaje una especie de vaso rudimentario, lo señalé y con la otra mano le hice una “S” muy graciosa. Que si hubiera deseado que así fuera podría haberla hecho literalmente esa forma, porque ya se sabe que la oscuridad es como plastilina. Pero preferí mantener el movimiento natural. Iba a representar un río. Le hice un gesto como de beber. Quería agua -¿Agua?- En mi idioma (según un traductor cutre encontrado por internet) eso sonaba tal que “Niar”. A saber si entendía que quería serpientes de cena, que realmente, no era tan mal plan. No solo aparentaba un muerto de hambre… Si no que lo era.

Quizás literalmente.

¿Pero qué aparatoreproductormasculino por no decir cojones le pasaba a esa mujer? Le dije, “Diráitu”. Y me hacía que no con la cabeza. Pero luego pareció entender que yo me presentaba, y tras llamarme algo tal que “ILZHRHUAJDAKSJASFHD” soltó algo en su idioma tan extraño y tan ajeno. Mis ojos reflejaban una mezcla de duda, de desconcierto y de vergüenza propia. No gustaba yo de sentirme inferior o de no entender las cosas, de no pillarlas al vuelo. Ella se reía, ¿Había contado un chiste? Yo… No vamos a negar obviedades, querido pino. Me encantan los chistes. En especial esos que meten cizaña. Los verdes ahórratelos. Pero esos de humor negro (... ¿No es un poco de humor negro que a un elfo oscuro le gusten los chistes negros?) me flipan. Y es que el humor negro, ya se sabe, es como las piernas: Se tiene o no se tiene. O se tiene a medias, como en mi caso. ¿Cojo y manco amante de ese tipo de chistes? Pues sí.

Ella no parecía ese tipo de persona pero solo de pensar me reí yo más que Diráitu., que apenas dejaba que se le escapara. Me miró raro la mano y yo la miré a ella como si fuera la rara. Pero por suerte me entendió y no me echó litros de agua bendita para santificarme o algo por el estilo. No, solo sacó agua normal. O lo aparentaba. Y sabía como ella. Llevé una mano al tan extravagante objeto que me había ofrecido. Esa fue la primera vez que posaba mis dedos en un objeto de la superfície en la misma superfície. Ya se que tú llevabas un espejo encima. Y un saco patatas de traje. Y una ramita con hojas y unas frutas resecas que tu llamabas cacas, pero a lo repipi. “Caquis”, lo llamabas. Pijo de mierda que eres, niño. Pero era distinto ver aquello bajo la luz de la bola de fuego que ardía en la distancia.

Llevaba mucho rato con los ojos entrecerrados. Sabía cosas sobre el Sol, no por algo estudiaba. Pero eso no quitaba que hubiera hecho la promesa al posar el pie sobre el mundo de allí fuera de apagarlo algún día. Yo sería todo el Sol que necesitara aquel mundo… Pero por aquel momento era un elfo oscuro hambriento y miserable, que bebió media botella y luego se la devolvió, profiriendo un -Gracias- en mis hablares natales. Luego miré alrededor y a ella, notando a Vlosinssrigg retorcerse bajo mis ropajes. Estaba impaciente… Pensé en entablar conversación con ella. Aparté un poco la guadaña como si quisiera esconderla a mi espalda para que no la viera. -Diráitu…- Murmuré como para mí mismo, practicando el nombre. Y solté una sonrisa incómoda, porque era yo una persona muy dada a las relaciones. Maldito, pensé. Sabía que en algún lugar del mundo, tu debías estar haciendo gentes. Siendo simpático. Mi punto fuerte era el matar cosas y dañar otras tantas.

Aunque tal vez también me equivoqué con eso.

Me dijo algo. Un par de preguntas, ¿Pero qué iba a saber yo que eran preguntas? Me daba la sensación de que hablaba rápido, y ya sabrás que justamente soy de los menos indicados para quejarme de ello. Me rasqué la cabeza porque eso era gesto universal de desconcierto, mientras le miraba con cara de “No comprendí una pinchada mierda, hija”. Y creo que por mi forma de actuar comprendió muy bien mis problemas, porque cogió una ramita y se puso a hacer algo que, aunque los elfos oscuros no practicaban por lo general, para mí era muy familiar.

Lo evalué con ojo crítico, como quien está intentando comprender el arte contemporáneo. Aunque incluso aquella monigotada que adornaba el suelo tenía más de artístico y comprensible. Se me escapó un retazo de risa, porque pensé en tí. ¡Me cago en tó! Tu eras el que dibujabas. Tu eras el que dijo de hacerse dibujante de cómics en un lugar donde no existían ni los dibujantes ni los cómics. ¡No me extraña que fueras el tonto de la clase! Te pasabas las horas haciendo caquitas en las esquinas de tus libros. Nos tenías guapa, la caverna. Aún con los recuerdos fluyéndome la mente me vino a poner ella una de sus alas por encima para que el Sol se callara la puta boca. Me quedé patidifuso observando el brillo de estas, e incluso me dio por tocar una de las plumas, de azul brillante. No había visto jamás una pluma. Y estaba suave. Luego recordé que estaba intentando comunicarse.

Vine yo a coger otra ramita y, antes de todo, le enchufé una oreja a su monigote como para confirmar que si, que ese era yo. Hice una flecha desde ese dibujo e hice una representación de aquel momento, ella con sus alas, yo con mis orejas, la entrada de la cueva y un solecito. Le hice un gesto con la mano con un dedo levantando, para señalar que era la “UNA” vez. Incluso se lo dije. Venía a sonar en mi lengua como “USSS” o algo así. Mucha s, como una serpiente. Entonces hice otra flecha y otro dibujo. Un sol, unas nubes, una casita y yo dentro (con mi oreja ahi estampada), y un signo de interrogación muy universal él también. Estaba preguntándole por un refugio.

Y finalmente hice otro con una flechita desde ese último, de yo mismo con una hoz alzada y un precioso pulgón de leche (porque era el único animal de campo que se me ocurrió, porque tu te pasabas la vida contando que tu familia era muy honrada y trabajaba cuidando de esos bichos) de fondo. Igual interpretaba aquello como quería: Que estaba dispuesto a trabajar para conseguirme un lugar donde poder pasar los días. O quizás interpretaba que estaba vendiendo mis servicios como mercenario, porque esa hoz podía pasar por guadaña. Y que podía matar monstruos y derivados. Sinceramente, cogiera el significado que cogiera, estaba dispuesto a desempeñar cualquiera de las tareas para poder dormir en paz.

Eran momentos como ese los que me hacían plantearme realmente si estaba haciendo lo correcto. Todas mis pretenciones y objetivos en la vida se desmoronaban un poco a la hora de hacer cosas más mundanas, como aquello de comunicarnos a gestos y signos. Reconozco, por mucho que me duela, que lo estaba pasando bien. No es que yo fuera ya joven: Igual debía estar cercano a la veintena de años para ellos. Pero a veces me gustaba entrenerme en cosas tan sencillas. En cuanto le expliqué que fue la primera vez pronunció otra sarta de palabras, a la que yo no supe que responder. Aunque parecía que pensaba en voz alta. Así que asentí no sé a qué exactamente.

Se quedó un rato intentando interpretar mis preciosísimas obras de arte. En algún lugar del mundo sé que te estarían chirriando las orejas de ver semejantes aberraciones. Pero, ¿Sabes qué? Yo estaba muy orgulloso de ellas, porque más o menos nos íbamos entendiendo. Se me quedó mirando muy mirado al ver la hoz. Creo que ella tampoco tenía ni pajolera idea de como interpretarla. Si era buena con las proporciones se daría cuenta que la había dibujado más pequeña que Ogrim, mi guadaña, que llevaba encima en aquellos momentos.

Pero fuese lo que fuese ella hizo cosas muy raras. Se dejó de dibujitos y movió la tierra. Así, como quien te dice la hora. Al ver esta hacer movimientos tan raros di un salto y me quedé levitando ahí. Luego comprendí que no había peligro, pero aún me estuve un minuto prudentemente separado del suelo antes de aterrizar. Ella hizo una escena muy compleja. Hizo una casa que era lujo, canelita fina, en la que habían personas. Y luego otras personas. Y esas personas los echaron de aquel palacio casa cosa. Aparentemente ella era una de las que estaba allí al principio. ¿Quería recuperar aquel lugar? No era extraña la conquista para mí.

Aunque los drows se aseguraban de matar a los antiguos ocupantes de cualquier zona antes de ocuparla por posibles venganzas. Que era justamente lo que esperaba aquella mujer poder realizar. Posando mis pies en el suelo, pasado aquel peligro, me quedé mirando aquella representación mía en forma de trozo de tierra. Con el reverso de la guadaña esta vez hice una especie de dibujo en forma de “S” hasta uno de los muñecos, uno con cara de viejo. Y lo aplasté con la punta de Ogrim. Eso venía a significar que me encargaría de acabar con los malos. Alcé la mirada con una sonrisa un poco… Chunga, que no vamos a negar obviedades, mientras le tendía una mano para acordar ese aparente trato. Llevaba mucho tiempo sin hacer una buena cacería y realmente habría acabado liandola parda sin necesidad de obtener beneficios. Aquello encima me daría un hogar. Esperé que entendiera que estaba a favor.

No se tomó a mal que destrozara la obra de arte viejuna. Me devolvió una sonrisa. Tu tendrías que haberla visto, niño. Una sonrisa normal. Sin malas intenciones, sin cara de demente, sin que fuera realmente maligna. Tu no lo sabes apreciar ya imagino, ¿Pero yo? Me había pasado toda mi vida viendo las sonrisas retorcidas de las sacerdotisas de Lloth al torturar a algún pobre desgraciado. Y de repente, aquella sonrisa victoriosa. Me quedé contemplándola como quien observa una idea platónica. No es que la chavala me pareciera una musa, aunque no vamos a decir que era fea. No, eso tampoco, ni de lejos. Sinó que era el gesto. Ese gesto. Tu, tu alguna vez me sonreíste así, pero la gran parte de tu vida te la pasabas haciendo gruñidos. Me decías que aquello era familiar…

Me estrechó la mano y me preguntó algo, aunque yo no sabía que era tampoco una pregunta. Entonces hizo una escultura extraña con la tierra, un pan y frutas. Pensé en tus cacas resecas. No había visto un pan en mi vida. Y la fruta, solo unas cosas arrugadas y marronosas. Me la miré con cara de no entender una prostituta caca. -¿Qué es? ¿Arte contemporáneo?- Bueno, no dije arte contemporáneo. Porque yo tampoco sabía de eso.

En su lugar le hice un gesto con la mano, como quien tiene hambre. La cerré mientras señalaba la boca, muy confuso. Y también le hice otro como de querer caminar, porque tenía prisas para salir de allí. Tenía miedo de que Vlosinssrigg me fuera a traicionar llegada la noche. La luz me permitía mantenerlo a ralla, pero en algunas ocasiones se le iba por completo la pinza…

Enarco una ceja cuando veo como me mira. ¿Estará bien? A saber lo que le han hecho ahí abajo. Debo admitir que siento un poco de lástima por él.

-¿Qué has dicho? No te entiendo

Y, obviamente, él tampoco me entiende. Menudo diálogo de besugos. Por suerte, el drow hace unos gestos que venían a decir que tenía hambre y solamente sonrío de nuevo, divertida.

-¡Pues eso es lo que digo! ¡Ven conmigo! Sé donde hay comida

Le hago un gesto de que me siga, tenía pensado llevarlo a la base de los Renegados, porque a saber si los locos de los Descendientes lo echaban de su isla flotante. Aunque no había mucha comida, allí eran mucho más generosos. Además solo sería temporal, hasta que el Moulin fuera nuestro. Y así, ambos nos vamos hacia la base.

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Off: Ilztvyll, como es necesario hacer un flashback en la trama, pues allí si quieres contamos lo que hicimos en la base. ¿Te parece?

No me preguntes porqué intentábamos comunicarnos si ya estaba más que comprobado que no teníamos la más menor noción de la lengua del otro. Era como intentar comunicarse con señales de humo. O algo así. ¡No me cuestiones cosas! Que sé que cuando oigas esto te reirás de mi. Siempre decías que me expresaba mal… Pero, ¿Para qué expresarme bien? Lo importante es que me entienda yo. Pero quitemos esto del medio y centrémonos en la acción.

Me respondió alguna cosa en su complicado y nada comprensible lenguaje en cuanto le comenté que tenía hambre. Y ella me sonreía como si le pareciera muy gracioso que fuera un muerto de hambre. Torcí la cabeza porque no le entendía demasiado, mientras ella me hacía así con la mano, como “ven acá, chaval”. Yo dudé un poco. Es decir, entiéndeme. Igual me quería engañar. Igual los seres como ella se comían a los drows. Igual en realidad pretendía esclavizarme.

Pero dentro de mí tenía la extraña convicción de que no me mentía. Había escuchado (sobretodo de tu boca, pesado de mierda) que eran las personas de la superfície mucho más generosas que las tel interior. Que los elfos oscuros no eran como la gran mayoría de seres. Que estos sabían de vivir en comunidad, y amistades, y familia… Me parecía todo aquello super empalagoso, no como a tí. Seguro que ahora eres un elfo próspero y feliz que vive con gente como él, repartiendo abrazos de oso. ¿No decías que tu sueño era cuidar de alguien? Aparte de que ya cuidabas de mi, ¡Me tratabas como un niño! Estoy seguro que acabaste en una guardería.

Me guié más por tu forma de pensar que no la mía. Cargué la guadaña sobre el hombro y decidí no darle más vueltas, la seguí, esperando que si pretendía algo malo fuera rápido e indoloro. Me sentía muy corto. No me enteraba de nada. Yo, un mago alguna vez temido, reducido a un triste y mudo extranjero que inspiraba compasión. Odiaba la compasión. Pero cada cosa a su debido tiempo, tenía aún demasiadas horas en mi vida como para fallar por ir apresurado a todos sitios. Paciencia, todo lo que necesitaba era paciencia. … Y hacer un esfuerzo por aprender la lengua. Igual podía encontrar un manual inglés-undercommon o algo así. Aunque empezaba a dudarlo. ¿Cómo lo aprendiste tu? Tengo noticias de que a ti se te da muy bien. Pero que mucho. Algún día ya me lo contarás... O no. Bueno. Cuéntaselo a alguien de mi parte.

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off: ok, no problema!

La condenada cueva ahora hacía honor a su nombre. Dejé la moto más dentro que fuera y una vez allí, con Dyospiros inconsciente y envuelto en una manta, me senté apoyado contra una esquina, con él abrazado como si fuera un mero fardo. De la forma que lo había envuelto casi me recordaba a aquellos plásticos que ponían para tapar cadáveres después de crímenes. Quizás por eso se los ponían, pensé. Para que nadie los vieran.

Hacía mucho rato, sin embargo, que la manta se había teñido de rojo. Yo tenía la moneda en un bolsillo y no dejaba de consultarla. No sabía donde estaban aquellos. Si no habría ido directamente con la condenadísima moto. Pero allí estaba: Esperaba y esperaba y lo mantenía contra mi cuerpo con la estúpida esperanza de que no perdiera demasiada calor. -No… No voy a perder a nadie más… me escuchas… A nadie más…

Yo no había caído inconsciente y no pensaba abandonarme al sueño hasta que él estuviera en manos más hábiles que yo. Me flojeaban los brazos debido a lo desastroso de la operación del cuello. La caída había sido especialmente nefasta para una de mis piernas, y el rayo paralizador habían hecho mella en mi cuerpo. Apenas tenía energías. Y tenía muchísima hambre, y muchísima sed, y… En general estaba en malas condiciones.

Pero él estaba peor que yo. -Van a venir, ¿No es así? Vendrán y… nos… nos ayudarán… Y… y todo irá bien, todo irá bien…- Hacía rato que hablaba para mi mismo. Intentaba convencerme de mis propias palabras. Tal y como me aferraba a su demacrado cuerpo, intentaba engañarme a mi mismo. Pronto, el suave murmullo de mis hablares se convirtió en un mero sollozo. Los minutos se volvían horas, el tiempo era agónico, agónico... Y todo estaba frío.