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Recuerdo del primer mensaje :
Pequeña cabaña situada en los alrededores de Ouroboros, en el bosque de Darwin.
En ella habitan Setelah, con sus loros, Mónica Gallaher con sus hijos, y los Simon.
Pequeña cabaña situada en los alrededores de Ouroboros, en el bosque de Darwin.
En ella habitan Setelah, con sus loros, Mónica Gallaher con sus hijos, y los Simon.
Subí con suavidad una de las manos por mi antebrazo hasta alcanzar el codo, lugar donde encontró refugio, justo debajo del pliegue de la ropa. Suspiré suavemente y relajé mi gesto de preocupación. Quería estar más receptiva a las palabras de Adael que, por muy ficticio que fuera, sus palabras parecían cargar total veracidad y tristeza. Le escuché con suma atención entendiendo su pesar, así se sintió cuando todos los suyos decidieron desaparecer de la noche a la mañana. De algunos tampoco sabía nada desde hacía tiempo, su madre, por ejemplo. Jamás llegaron a encontrar su cuerpo. De eso había pasado ya mucho tiempo… tanto que casi le costaba a veces recordarla. Bajó la mirada sin añadir nada más. Aquella sensación de pérdida por Georgia era verídica, era de antes de que SAM apareciera en sus vidas, de modo que la entendió como propia y, por tanto, real. Me mordí el labio mientras seguía describiendo su pesar, arqueando las cejas -Pero… no puede culparse por sobrevivir…- Porque la alternativa a ello era, el suicidio, quizás. No quiso compartir aquel pensamiento con él, tampoco le apetecía darle ideas. Negué con sinceridad a su pregunta, no tenía respuesta para aquello. Robinson Crusoe estaba solo, sí, pero sabía que alrededor de aquella barrera marina que parecía infranqueable había un mundo entero para poder rescatarle.
El siguiente gesto le salió casi por instinto. Siquiera lo había meditado, simplemente, aquella mano reaccionó y le fue tendida al Descendiente. Acabó en el hombro del hombre e incluso trató de frotarlo con suavidad para calmarle aquellos pensamientos de soledad. -Estoy segura de no está solo- Pero, habría que aprender a buscar, quizás… más allá. ¿Estaba ella sola ahora? No lo podía asegurar tampoco, si todos aquellos que le parecían rodear eran sombras, ¿estaba sola? Y, entonces, casi como un cortocircuito, el hombro cambió de un tema a otro y rompió la magia del momento. Suspiró y se colocó con suavidad el pelo detrás de la oreja, ¿qué había sido todo aquello que acababa de pasar? ¿qué era aquel sentimiento que le había despertado aquel supuesto humano? Le siguió con la mirada mientras este parecía volver a su tema de conversación sobre el censo, ¿qué censo? Ah, sí el papel ese de las preguntas que no sabía ni cómo contestar. Estaba Nicho con ello.
Le siguió en silencio por el pasillo, mientras éste se preparaba para abandonar la casa, con su bufanda y sus ropas. Asintió con una media sonrisa por el té, que todavía le sabía agrio en la garganta, y con un leve movimiento de mano se despidió del Descendiente. Luego la casa se quedó en total silencio. Sepulcral. Opresor. Asfixiante. Se abrazó a sí misma, como si de golpe la temperatura de la casa hubiera descendido a -100ºC. Al volverse a su habitación-refugio se topó con la mesa de la cocina donde estaban todavía los tés, ya fríos. Uno de ellos estaba derramado, el suyo. La cucharilla se había caído sobre el mantel y contenía, en su curvatura, un poco de líquido blanquecino. Entrecerró los ojos, concentrándose en aquel elemento de la cubertería, como si quisiera hacerlo volar de aquella mesa y, qué sabía, quizás lanzarlo por la ventana. Un patronus la distrajo de aquello, uno que le arrancó una sonrisa cansada y a la par divertida. Sabía quiénes estaban detrás de aquello. Salió de la cocina y se perdió por el resto de la vaciada casa, dejando atrás una cuchara que vibró en silencio, porque: ¿hace ruido un árbol en un bosque al caerse si no hay nadie para escucharlo?
El siguiente gesto le salió casi por instinto. Siquiera lo había meditado, simplemente, aquella mano reaccionó y le fue tendida al Descendiente. Acabó en el hombro del hombre e incluso trató de frotarlo con suavidad para calmarle aquellos pensamientos de soledad. -Estoy segura de no está solo- Pero, habría que aprender a buscar, quizás… más allá. ¿Estaba ella sola ahora? No lo podía asegurar tampoco, si todos aquellos que le parecían rodear eran sombras, ¿estaba sola? Y, entonces, casi como un cortocircuito, el hombro cambió de un tema a otro y rompió la magia del momento. Suspiró y se colocó con suavidad el pelo detrás de la oreja, ¿qué había sido todo aquello que acababa de pasar? ¿qué era aquel sentimiento que le había despertado aquel supuesto humano? Le siguió con la mirada mientras este parecía volver a su tema de conversación sobre el censo, ¿qué censo? Ah, sí el papel ese de las preguntas que no sabía ni cómo contestar. Estaba Nicho con ello.
Le siguió en silencio por el pasillo, mientras éste se preparaba para abandonar la casa, con su bufanda y sus ropas. Asintió con una media sonrisa por el té, que todavía le sabía agrio en la garganta, y con un leve movimiento de mano se despidió del Descendiente. Luego la casa se quedó en total silencio. Sepulcral. Opresor. Asfixiante. Se abrazó a sí misma, como si de golpe la temperatura de la casa hubiera descendido a -100ºC. Al volverse a su habitación-refugio se topó con la mesa de la cocina donde estaban todavía los tés, ya fríos. Uno de ellos estaba derramado, el suyo. La cucharilla se había caído sobre el mantel y contenía, en su curvatura, un poco de líquido blanquecino. Entrecerró los ojos, concentrándose en aquel elemento de la cubertería, como si quisiera hacerlo volar de aquella mesa y, qué sabía, quizás lanzarlo por la ventana. Un patronus la distrajo de aquello, uno que le arrancó una sonrisa cansada y a la par divertida. Sabía quiénes estaban detrás de aquello. Salió de la cocina y se perdió por el resto de la vaciada casa, dejando atrás una cuchara que vibró en silencio, porque: ¿hace ruido un árbol en un bosque al caerse si no hay nadie para escucharlo?
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