Calabozos

Noté el calor que se estaba enfriando por la ubicación al sentir el roce de su cara sobre mi mano, grande, estropeada por el uso de las armas, de los guantes de las misiones, de las peleas cuerpo a cuerpo. Una sensación nació en aquella extremidad y recorrió todo mi cuerpo, desde la punta de los dedos de la mano hasta la de los pies. En efecto, era ella, lo estaba notando. No era un producto de la imaginación de la máquina, era real. ¿Por qué la máquina no podía controlar las sensaciones, no? ¿Y las emociones? Algo se quedó aferrado en mi pecho de tal forma que me hizo aguantar la respiración. No era una sensación negativa, era bueno… era añoranza, extrañeza, cariño… era noches de guardias y de barracones, noches de cervezas en compañía, en pareja y en soledad… era besos y pasiones prohibidas. Todo aquello estaba allí, lo estaba tocando, lo estaba notando, lo estaba sintiendo. Rodeé su mejilla y pude llegar hasta detrás de la oreja, acariciando toda aquella zona con la yema de los dedos, con mimo y con cuidado, percibiendo todos los detalles de la piel y el pelo, como el ciego que lee con el Braille. Seguí con la mirada su mano avanzar contra la mía hasta que la soltó. Tras ello la volví a mirar a ella, clavando mi mirada, estudiándola, confuso. Traté de extender los dedos para aferrarla con más fuerza, pero solo podía ver cómo se alejaba más y más. Ya lo había hecho en varias ocasiones, pero no por ello dejaba de ser igual de doloroso. Todavía no entendía con claridad aquello de ser feral, de que era un leopardo las noches de luna llena. ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿Todo aquello era verdad? No se lo terminaba de creer, confiaba en que aquello fuera una mentira para poder alejarle de él, otra vez. Cogí los barrotes con ambas manos, aquellas varas plateadas nos separaban mucho más que un océano, que separaban mi oscuridad de la suya propia, donde se refugiaba.

No entendió aquello de cambiar, quizás se refería a que en aquellos días la habían transformado en feral. ¿Quién? No había que buscar culpables. Pero, a día de hoy, ¿quién no había cambiado? Ya nada era igual desde que se conocieran, desde que empezaran el entrenamiento. Yo había cambiado también, ahora estaba conectado a una máquina que controla mis acciones, mis pensamientos y mis sentimientos. Al menos eso creía. Solo esperaba que aquello fuera real, que no fuera un truco de la máquina… otra vez. -¿A un mágico?- La pregunta era bastante obvia, porque de lo contrario no estaría encerrada en la prisión de aquella isla. Estudié a la mujer y entendí estupendamente aquello de la reconversión, pues era una táctica que usaban mucho los anteriores ministros humanos: secuestraban humanos y los reeducaban en armas asesinas. Hasta que se descubrió el pastel por la inestabilidad de los reeducados y al final el proyecto quedó en el cajón de olvidados. La moda anterior eran los chips de condicionamiento y ahora el de control mental. -Van a jugar con tu cerebro como hacían en la Alianza- arrugué el gesto, con asco y desaprobación. -Malditos cabrones. Se creen que pueden hacer con tu cerebro lo que les plazca. No dejes que hagan eso, ¿cómo puedo sacarte de aquí? Habrá alguna manera- Traté de buscar el cerrojo de los barrotes para romperlo, quizás una cizalla. Volvería con una, si hiciera falta. Sin embargo… -No me jodas que te vas a resignar sin luchar- La estudié desde mi posición, herido por ver aquel comportamiento. Lo había asimilado, quizás hasta le pareciese bien. Negué, con desaprobación, separándome de los barrotes y dejando caer los brazos suspirando y volviendo a clavar la mirada en Leila, con un sentimiento que viajaba entre el disgusto y la desaprobación. -La máquina me ha puesto el chip. Me rescataron en la ciudadela Alpha. Estoy encerrado en esta asquerosa isla de purpurina hasta que acaben con la puta máquina. Pero claro, vas a dejar que te borren esa conversación, total, qué más da. Podría decirte lo mucho que te he añorado, que lo vas a olvidar. Podría decirte lo mucho que te he necesitado, que vas a dejar que te lo arrebate. Podría agradecerte todos los años pasados, que lo vas a olvidar. Podría decirte que te amé, pero no valdrá para nada. Lo mucho que te odio y no servirá para nada- Cogí aire, hinchando mi pecho, y negué -Ni siquiera vas a recordar esta conversación- Una punzada de dolor atenazó mi pecho.

Me permití disfrutar de aquellas deliciosas caricias con los ojos cerrados, imaginando que no había barrotes entre nosotros, que podía rodear su cuello con mis manos para acercarlo a mí hasta sentir el sabor de sus firmes y cálidos labios sobre los míos, hasta sentir el calor de su cuerpo y el ritmo de su corazón, como en el pasado. Sentí cosquilleos en las extremidades al percibir sus latidos en su muñeca al tiempo que un sonido bajo escapó de mí, un suave ronroneo, él sabía dónde tocar, no era la primera vez que lo hacía. Obligue a mis párpados a abrirse y lo miré a los ojos con mis pupilas tan dilatadas por el deseo que el lugar parecía más iluminado, cuando comencé a percibir que perdería las fuerzas. Era sentarme o agarrarme de él mientras se me aflojaba todo como si mis huesos y mis músculos se convirtieran en plastilina, así que elegí sentarme a hacer el ridículo por mucho que me disgustara dejar de sentir su tacto. Bajé la mirada al apartarlo de mí, sus ojos eran como lasers mientras me alejaba pero continué cabizbaja al sentarme.

-Eso no importa. Para esta gente es como si la guerra no existiera así que se toman el tiempo de hacer juicios y fiestas. Ésta no es la tierra de nadie a la que estoy acostumbrada, aquí un asesinato es una catástrofe, abajo es matar o morir, o al menos así es como lo recuerdo.- Respondí cuando preguntó si un mágico había sido mi víctima mientras veía cómo se escondían mis manos en las mangas del jersey lila y las guardaba, a su vez, debajo de las axilas para protegerlas del frío. Sospeché que no estaría de acuerdo con la condena pero no esperaba una reacción así. Quería liberarme, en ese momento. La idea sonaba tentadora, demasiado, pero no podía hacerle eso a la Brigada, se sentía como una traición y ya les había dado demasiados problemas así que me mantuve cabizbaja mientras él me preguntaba cómo sacarme de allí. Obviamente notó mi reticencia a crear un plan de escape pero que creyera que no estaba luchando me hirió ¿Y qué si estaba harta de luchar? No quería morir, pero eso tampoco era vida.

Cambiar de tema pareció dar resultado pero la expresión de mi rostro se volvió seria al escuchar el inicio de su relato. Con razón estaba de un humor tan de perros, tampoco esperaba que estuviera saltando en una pata de felicidad pero, personalmente, prefiero reír que llorar aunque poco hay para reírse de perder la libertad por tener metido un chip. Me imaginé a un montón de Nathans, todos para mí, y tuve que aguantar la sonrisa porque él me estaba hablando de un tema serio. Iba a preguntarle las implicancias de estar chipeado cuando me echó en cara que yo permitiría que me borren la memoria, como si fuera algo que yo quería o que elegí o que pedí. Lo miré con sorpresa grabada en mí expresión, no daba crédito a sus palabras. Cuanto más hablaba, más confundida me sentía. Entendí sus palabras pero el mensaje que él intentaba transmitirme parecía estar oculto y yo no lo encontraba. Me sentía algo aturdida así que me tomé mi tiempo para encontrar las palabras en el lío que estaba hecho mi cerebro y luego tuve que hallar mi voz que también parecía que se había ido de paseo pero no separé mis ojos de Nathan, tal vez vería la respuesta en él.

-Me pides que luche, pero no ves que estoy luchando conmigo misma, con mi mente, con los monstruos que llevo dentro. No todas las peleas que libro por mí y por lo que me importa las combato con armas o puños, ojalá pudiera pegarle un tiro entre ceja y ceja a mi miedo a volar para ver su vida escapar de sus ojos.- Dije esto último esbozando una sonrisa triste. No era ese tipo de monstruos a los que me refería, pero era para dar a entender mi punto. -Gané y perdí batallas.- Pensé en el último encuentro con Eamon, de alguna forma logré enfrentarlo lo que se sintió como una victoria, y en la niña rodeada por un charco de sangre, esa fue una derrota. -Pero todas las guerras siguen y destruyen a su paso. Algo dentro mío se retorcía de dolor al imaginarte con tu esposa, pero día a día junté mis partes destrozadas y las volví a unir con pegamento soñando con que me mires, con que me sonrías, con sentirte al menos en un roce accidental. Eso es lo que soy; un cúmulo de partes unidas con cinta adhesiva.- Deseé tener más energía para decirlo con más ímpetu y consideré comer lo que me trajeran los guardias, si es que me traían algo para comer. -Si tanto te molesta que borren mis recuerdos puedo escribirlos para que queden plasmados en algún lugar. Quiero leerlo luego de que me borren la memoria, así recuerdo lo que soy.- Sugerí.

DÍA SIGUIENTE

Después de darle las comidas correspondiente, incluyendo el desayuno de ese día, el Teniente Fred Royden con una nueva y nada atractiva cicatriz en el rostro se presentó en los calabozos para cumplir con la orden de su prima, la General. Pidió las llaves de la celda de Lykaios Knox y firmó el papeleo autorizando su liberación y anulando las sentencias de Cleopatra y Benjamin Red. De esa manera, ya no tendrían nada que hacer los guardias sino seguir cumpliendo con sus otros deberes.

Bajó a los calabozos y se dirigió expresa y exclusivamente hacia la celda de Lykaios -Buenos días, Sr. Knox- Abrió la celda sin mucho preámbulo y esperó a que saliera para entregarle la espada. Tras eso lo miró un momento, asintió militarmente, y cerró la celda. Lo guió escaleras arriba para custodiarlo hasta la salida -Éxito en la misión y gracias por vuestra colaboración- Dijo en un tono neutral y entonces volvió para hacer revisión del caso de Lyosha Svensson que, por ahora, seguía tranquila pero debían evaluar el proyecto de la celda de plástico y él tenía que ver los avances.

Chasqué la lengua cuando me dijo que aquello no importaba, suponiendo en ese momento cuál era la respuesta. Continuó su discurso sobre la isla y cómo se dedicaban a hacer fiestas y juicios. -Viven en su puta isla de fantasía- Confirmé en voz alta. Ya lo suponía por cómo se comportaban los isleños, por cómo le trataban. Creían vivir en una utopía exclusiva para ellos mientras que en la superficie la tierra se pudría y luego era colonizada por una máquina que o te conectabas con ella o acababa contigo por disidente. No estaba seguro de quiénes eran los más afortunados, si los que nos habían transcendidos o los que habían pasado a mejor vida. Quizás los segundos. Muchas veces se lo planteaba así. Y recordó, con pena, cómo en los años en los que estudiaba en la universidad un asesinato era un crimen prácticamente inexcusable. Pero, las cosas eran distintas. Demasiado, quizás. Todo aquello había quedado muy atrás, como su esposa y sus hijos que ya se habían convertido en polvo, siendo uno con la tierra y vacío en sus sentimientos. La máquina se había encargado de ello. De borrárselos. El dolor y la añoranza se habían borrado, los recordaba, pero como aquel que recuerda la lista de la compra. Sin embargo, tener a la rubia delante, generaba otras sensaciones nuevas, de aquellas que pensaba que no volvería a sentir.

-¿Y qué sentido tiene haber peleado todas esas batallas si vas a permitir que te las borren? Claro que te pido que luches, para que no olvides quién eres. Para que no olvides tus monstruos. Para que no olvides tus ángeles. Para que no te olvides. Para que no te olvides de qué es lo que sientes o qué es lo que es sentir. ¿De qué va a servir pegarle un tiro al miedo a volar si ya vas a olvidar lo que es temer?- Le recriminó. Le jodía que no luchara. Él había luchado con puños y dientes hasta la extenuación, hasta que la máquina se hizo con su mente y jugó con ella como si fuera su tablero de damas. Quizás se lo hubiese tomado como algo personal, pero ella todavía podía luchar… todavía podía hacer algo. -Te has rendido- Le recriminé desde mi posición. Mi mujer. Sí, la recordaba. Recordó su muerte y la de sus hijos. No sentía ya nada por ella. Le habían borrado todo lo que pudiera interferir con los planes de la máquina. Y se sintió terriblemente culpable por ello -Pues no pierdas la cinta adhesiva- Le advirtió al finalizar aquel símil tan básico. -No es a mí a quién debería molestarte le que arrebaten una parte de sí mismo, si no a ti- Le recordó, señalándose a sí mismo con el dedo y luego a ella, ilustrando su comentario. Suspiró -Dime dónde puedo conseguirte un diario. Moveré cielo y tierra para conseguirlo-

Sentía cosquilleos allí donde había estado su mano, desde la mejilla hasta detrás de la oreja y se proyectaban por todo el cuerpo, pero no levanté la vista mientras hablábamos de la isla, sabía que mirarlo sería un viaje sin retorno, en su lugar me concentré en recolectar detalles del lugar con la mirada baja. Mantuve mi mirada pensativa sobre él mientras lo escuchaba hablar sobre sentimientos y temores, todo era más fácil cuando no había sentimientos, cuando no había nada que perder, había olvidado que yo era prescindible. -No confíes en mí.- Me encontré diciendo, llegando a la conclusión de que estaba llena de contradicciones.

-¡Deja de decir eso!- Exclamé cuando reiteró que me había rendido, no sabía qué hacer para convencerlo de que no era así. Acompañé aquellas palabras con un golpe seco de frustración contra el suelo de la celda que me hizo doler la mano. Eso volvió a consumir las pocas energías que había recuperado y me hizo respirar agitada por un momento. Me relajó notar que no había perdido su humor cuando me pidió que no pierda la cinta adhesiva pero me subieron los calores cuando entendí a lo que se refería sabiendo que me había sonrojado, aún así mantuve la mirada en él, desafiante. -Me molesta, por eso planeo plasmar mis recuerdos donde no puedan tocarlos.- Respondí serenamente.

Lo miré y una pequeña sonrisa apareció en mi rostro cuando se ofreció a traerme un diario. -Yo estaba pensando en escribirlo con una piedra afilada en las paredes del calabozo, pero tu idea es mejor, sería como la bitácora de un pirata.- Dije con un toque risueño. Aparté la mirada de él porque no podía pensar claramente si mis ojos estaban sobre su atlética figura que parecía ocupar todo el espacio. -Estamos cerca del hospital y de la ciudad.- Dije tratando de hacerme un mapa mental. -En la ciudad hay un mercado, tal vez encuentres algo ahí... ¿Tienes dinero?- Le pregunté.

Esperó en silencio después de hablarle de lo inútil que era permitir que alguien le dejase olvidar de una forma tan gratuita. No le encontraba sentido y le jodía que no quisiera luchar. Debería estar enfadada, gritando…. Pero sencillamente se mantenía sentada como si aquello no fuera con ella. Suspiró, poniendo los ojos en blanco ante aquella respuesta tan inconexa, tan poco clara -No tiene que ver con la confianza….- o al menos él no le encontraba la relación entre lo que estaban hablando y la confianza que tenía que depositar en ella. Aquello sería para otra conversación, no para el tema del que estaban hablando. Iba a responderle algo más al respecto, pero sin embargo terminó por gritarme, dejando aquella frase a medias. La estudié desde mi posición sin decir nada clavando mi mirada en la maltratada figura de mi antigua compañera. Negué en silencio, chasqueando la lengua cuando me gritó. Claro que se había rendido, lo que me jodía es que no quisiera verlo. -Hay ciertas verdades que duelen- Afirmó sin apartar la vista de ella ni un solo segundo, manteniendo la mirada fija en la suya, sosteniéndola.

Aunque trataba de estar todo lo serio posible, el comentario de las paredes me hizo dibujar una sonrisa y una leve carcajada, cansada. -Desde cuándo necesito dinero. Lo tomaré prestado, lo devolveré a cómodos plazos cuando salga de aquí- Me encogí de hombros, quitándole hierro. Por supuesto que no tenía dinero. A duras penas tenía ropa decente como para poder adquirir cualquier cosa. Lo bueno es que la comida era gratis para todos, de lo contrario, tendría que robarla también. Y teníamos cobijo. Menos daba una caja de cartón. Un gruñido se escuchó desde el fondo de los calabozos, lo que indicaba que se había acbado el tiempo de visita -Conseguiré el diario, rubia- Me acerqué a los barrotes que tenía delante, cogiéndolos con fuerza como si pudiera atravesarlos. Volvieron a llamarme la atención por el tiempo demorado. Gruñí y alcé la voz, volteando la cara hacia el guardia que no dejaba de achucharme -Me cago en tu puta madre, que ya voy. Intenta no olvidarte de mi- Me despedí de ella con un leve movimiento de un par de dedos desde la frente hasta el aire y me dirigí a la salida, volviendo a gruñirle al tipo de la entrada lo mucho que se podía ir a la mierda.

No había dudas de que me era difícil, por no decir imposible, mantener una conversación profunda. Sus palabras podían hacerme querer golpear las paredes pero su mirada era un bálsamo que me hacía sentir liviana. Mi estómago se tensó de forma placentera al ver su sonrisa, por fin, pero le dediqué una mirada suspicaz cuando me contó sus planes de pagar el diario en cuotas. -Por mucho que me gusten tus visitas, preferiría no tenerte de vecino de celda.- Le advertí.

Cuando llegó la hora, fue el momento de las despedidas. Lo miré profundamente a los ojos del color del cielo nublado al tiempo que me aseguraba que conseguiría el diario. Con esfuerzo me puse de pié y me acerqué a donde tenía los barrotes agarrados, para poner mis pequeñas manos sobre las de él y para que mis ojos expresen todo lo que no podía poner en palabras. -Siempre.- Le respondí cuando me pidió que no lo olvide, lo despedí con una pequeña sonrisa desde mi lugar y ví a su espalda de anchos hombros alejarse.

Volví a mi lugar entre las sombras pero al rato un guardia vino con algo para mí; el diario. En la oscuridad me permití sonreír al leer las palabras escritas en la primera hoja. Golpee el lápiz contra mi barbilla algunas veces pensando por dónde empezar, se me ocurrió que podría dirigir las palabras a mí misma ya que sería una yo pero sin recuerdos así que empecé por anécdotas que recordaba porque otros me las habían contado mientras picoteaba menos de la mitad de la comida que me traían luego de mirarla con desconfianza por un buen tiempo y olfatearla con recelo.

Los días pasaron y  pronto estuvimos en año nuevo, las nauseas las llevaba un poco más controladas pero había tensión en casa de Sean, pregunté solo una vez y al ver que no me decían nada ninguno de los dos me dediqué a observar y tener al chico bien alimentado porque tenía esa mala costumbre de saltarse comidas y conmigo en casa ganaría un poco de peso que falta le hacia.

Lucio se iba pronto y llegaba tarde de sus turnos en el hospital pero nunca decían nada. A pesar de tener más tiempo libre no descuidé mis asuntos, supe que Sean había puesto una barrera solucionando el problema de la celda de Lyosha y cuando por fin llegó el día de la misión conseguí un permiso para sacarla bajo libertad condicional por lo que ese día volé hasta las dependencias de la guardia para hacer cumplir la orden.

Aquel día no me puse la armadura, solo la cota por seguridad y poco más. Al llegar enseñé la orden firmada para liberar a la Soul, los guardias no parecían por la labor de acompañarme pero tampoco era necesario, conocía el camino. Cuando llegué a la celda carraspeé -Lyosha Svensson, ha cumplido con los días estipulados por desorden público, queda libre bajo libertad condicional-

La burbuja en la que se encontraba era absolutamente molesta y constantemente practicaba con explotarla. Debía encontrar una manera, a futuro, de evitar que aquel hechizo la detuviera. Quizás algún repelente de magia. Preguntaría a… ¿A quién? En la soledad de aquella celda y con su mente más cuerda había encontrado bastante más descanso del que se atrevería a reconocer. El vodka había ayudado a eso pero se le había acabado ya hace unos días así que había tenido que practicar algo que no tenía: Paciencia. Optó por seguir el consejo de Matvey pero al saber que era año nuevo -por contar los días- decidió que aquella pantomima se había acabado.

En el cambio de guardia decidió que sería buena idea abrir las celdas y que todos los encarcelados pudieran salir a hacer de las suyas. Eso generaría caos, de ese que a ella tanto le gustaba. Pero su plan se vio chafado con la llegada de Zaphira. La peliblanca fue caminando cual felino con los ojos puestos en su presa, atravesó los barrotes con las manos para apoyarse en la reja mirando con curiosidad a la dragona -Libertad condicional…- Soltó una risa baja. Le gustaban esas advertencias. ¿Tenía un cartel con su cara? ¡Alejarse de esta mujer! Oh, le gustaba aquella fama de desquiciada y caótica.

La observó a los ojos en silencio. Recordó las palabras de Khaled sobre ella y de nuevo sintió la envidia enroscarse en el fondo de su ser. Dejó de observar a Zaphira para mirar más adentro, allí donde sabía que un demonio estaba prestando atención -Si te escaqueas del trato, haré de mi misión de vida cazarte. Encontraré la manera de traer el infierno aquí y explotar tu punto débil una y otra vez hasta que ruegues por paz- La sonrisa de sus labios no fue amistosa, era pérfida y oscura. Pero no había nada en la vida que se interpusiera entre su lealtad a los Svensson -Encontrarás que soy bastante determinada cuando lo deseo. Pregúntale a Belialt- Sus ojos brillaron un instante antes de volver, entonces, a mirar a Zaphira en sí -Bienvenida a nuestra disfuncional familia, Zaphira. Seré absolutamente buena y no le cortaré las manos a Sean por encerrarme aquí. Es familia política después de todo- Tras ello se enderezó, con un gesto elegante con el dedo medio e índice unidos hizo un suave movimiento y los barrotes se abrieron con brusquedad hacia los lados dejando toda una abertura digna de ella. Entonces los ojos azules de Lyosha observaron con molestia la burbuja -Tengo cosas que hacer, sácame de esta burbuja- Tenía UN nigromante que visitar.

No me moví del sitio, estaba cerca de los barrotes, firme y con las manos cruzadas tras la espalda -Si Lyosha, condicional, así que por favor, intenta no hacer más alboroto y prueba las comunicaciones que no impliquen enviar a los guardias al hospital- si un paso adelante dispuesta a soltarla pero entonces mis ojos se encontraron con los suyos pero no me hablaba a mi, Maera lo supo enseguida tomando en control.

Los ojos dela dragona cambiaron de color y una amplia sonrisa apareció -aww, que bonito y conmovedor, en verdad estás rellena de caramelo bajo ese aspecto de tía dura y chunga, no te preocupes, tu sobrino nacerá sano y salvo, me interesa cumplir mi parte del trato y que el nigromante cumpla la suya... no me perdería...- el demonio hizo una pausa y la sonrisa se convirtió en algo indescifrable, clavó los ojos en la Soul y terminó la frase -el caos, querida- poco le importaba a ese ser infernal la amenaza de la mujer y pronto dejó que la otra retomara el control.

Cada vez era más difícil hacer esos cambios con el demonio y sentía que estaba a su merced porque podía ver y oír solo lo que ella quería y en esta ocasión no pude hacerlo, me llevé una mano a la cabeza sintiendo un ligero mareo pero me recompuse enseguida. Lyosha me estaba dando una "amable" bienvenida pero que amenazara a Sean no me gustó para nada -tócale un solo cabello y te aseguro que estar encerrada en una celda será el menor de tus problemas- refunfuñé bastante molesta y nada impresionada por su demostración del dominio con el metal, lancé el contraahechizo que me había dado Sean y la barrera que la mantenía encerrada se deshizo -Deberías emplear ese poder del que tanto presumes para a ayudar a tu nieto, pronto será luna llena y Adramelech os necesita... por cierto, si necesitas energía no te comas a los guardias, a ellos los necesito, no son como los presos- si, le estaba sugiriendo que se alimentara de los que estaban en las celdas que no les vendría nada mal una siestecita, dicho eso di media vuelta para marcharme, haría algo de papeleo de la guardia y volvería a casa.

Escuchó con claridad lo que decía y delineó una sonrisa -No espero que lo entiendas- Le soltó cuando mencionó que estaba rellena de caramelo. Matvey se lo había confirmado con la elección de la runa. No había nada bueno en ella. Las palabras le habían salido tan espontánea -Verás...A diferencia de Khaled, yo no tengo nada que perder- Y eso la convertía en alguien más peligrosa. Pero ya lo descubrirían. El hecho de que mencionara el caos hizo que viera  a Zaphira con otros ojos. Estaba arriesgándose...Claro. Menudo linaje, menudo vínculo.

-Familia política- Dijo alzando suavemente las manos como excusándose y poniendo cara de inocente. Al escuchar aquello de Adramelech negó con la cabeza -Adramelech necesita que un licántropo lo guíe, si vuestros descendientes son una puta mierda y no se hacen cargo de las consecuencias entonces...- Alzó ambas cejas y sus labios se curvaron en una sonrisa nada amable -Habrá que tomar acciones- Le daba igual lo que pensar Zaphira, el mismo Khaled lo había sugerido. Pero ahora tenía otros asuntos. Tomó la recomendación de Zaphira y penetró algunas celdas para robar la energía que necesitaba y tras eso solicitó sus pertenencias y se retiró de los calabozos.

Desperté al día siguiente de la luna llena y las ganas de matar y despedazar seguían ahí, así que decidí ir al origen de la cuestión. No quería lastimar a nadie pero al mismo tiempo sentía una gran urgencia por imponerle mi voluntad con el método que fuera necesario.

Cuanto más me acercaba, más apretaba los dientes. Ni siquiera lo conocía y ya era mi rival, eso no estaba bien, se sentía mal. Al llegar frente a los barrotes de plata sentí mucha energía acumulada en mi cuerpo, estaba nervioso y alerta así que tuve que seguir moviéndome para canalizar esa energía.

Caminé frente a los barrotes una y otra vez, olfateé el frío aire, podía olerlo u... olerla del otro lado, olía a limón. -¿Quién eres?- Gruñí.

Hace días que algo me irritaba, era como una mosca que volaba a mi alrededor pero invisible, yo sabía que estaba ahí, quería deshacerme de ella pero no la podía ver. Ese día sentí que la mosca se acercaba y yo solo quería aplastarla.

Por lo general no tenía ganas de matar, pero esta vez era distinto, lo sentía como si fuera mucho más allá de las ganas que yo tuviera, necesitaba deshacerme de esa mosca. Podía sentirla más y más cerca mientras la adrenalina comenzaba a correr por mis venas.

Me cosquilleaban las manos por agarrarle el cuello y apretar hasta que la vida dejara su cuerpo y que estuviera al alcance de mi vista no cambió nada. Lo ví ir y venir frente a los barrotes de mi celda. Yo sabía quién era él pero él no sabía quién era yo.

-Adivina.- Gruñí luego de avanzar para quedar al alcance de su vista. Caminé como él frente a los barrotes sin sacarle la mirada de encima. Él debía agradecer que unos barrotes de plata nos separaban.

Me sorprendí al verla, tenía ojos verdes, como los míos, pero el cuerpo menudo de Sera. No había olvidado a esa feral y, por lo que recordaba, había pocas posibilidades de que se tratara de la hija de otro dadas sus facciones.

Gruñí molesto con su postura desafiante, con la idea de que había tenido una hija y no había estado presente y con mi estúpido plan de aprender a hacer hechizos de sanación que tanto me había costado mientras caminaba de un lado al otro al igual que ella.

-¿Por qué no me lo dijo?- Gruñí apretando los dientes.

Su gruñido no me asustó y yo dejé salir mi propio gruñido a su vez. Lo sentí en el estómago y en la boca expandiéndose hasta la punta de mis dedos. Ya había matado así que ¿Qué le haría una mancha más al tigre... o al leopardo, en este caso?

La vibración del gruñido se unió con la excitación de la adrenalina para crear una sensación extasiante, estaba lista para saltarle a la yugular pero los barrotes de plata me aguaban la fiesta. Caminabamos lado a lado manteniendo la mirada fija en el otro, alertas a cada movimiento del contrario.

-Ella no quería parejas que la distrajeran. No te lo tomes personal, tampoco le dijo a los padres del resto de sus hijos.- Gruñí mostrando los dientes. Decir “padres” era figurativo, era más fácil que decir “personas que engendraron hijos con ella y que después siguieron con sus respectivas vidas”.

-¿Ya sabes hacer trucos mágicos?¿Cuánto tiempo pasó?¿20 años?¿25?¿Tu saliva es milagrosa y sanas mágicamente lamiendo heridas? Me imagino lo que debiste haber lamido.- Bufé.

Nos gruñíamos mutuamente, aquella irrespetuosa joven creía que podía hacer todo lo que quería. Es parte de la juventud no conocer los límites junto con la vitalidad. Yo tal vez estaba viejo y mis días de gloria habían pasado, pero me valía de la experiencia para arreglarmelas.

Arrugué la nariz mientras mostraba los colmillos y siseaba. Dejaba salir el aire bruscamente acompañado por un sonido ronco que se proyectó a través de la fría y oscura celda frente a mí. Sentía un impulso irresistible de atravesar los barrotes para atacarla, pero yo no quería, afortunadamente los barrotes de plata nos separaban.

Lo que decía sonaba a algo que Sera diría, pero eso no quitó lo hiriente de las palabras aunque no la culpaba, a ninguna de las dos. -¿Cómo está?- A pesar de todo, esperaba encontrar a Sera o a alguna cara conocida en el lugar. Estaba listo para descargar una rabia que sentía ajena y someterla aunque yo no quisiera.

-Me llamo Allen Dushambe ¿Cuál es tu nombre?- Gruñí mientras no dejaba de caminar a lo largo de la celda y la observaba. La estaba analizando, estaba buscando un espacio para ingresar en lo que ella era para así embestir desde adentro a pesar de no ser ese mi deseo.

-Eres igual a Sera.- Tenía sus finas facciones y su aguda mirada. Igual de temperamental y desafiante. Su olor a ácido cítrico se entendía como una advertencia clara. Podía sentir su necesidad de establecer su territorio y no admitir intrusos en él, pero yo tenía mis propios planes.

Noté que omitió responder lo último. Todavía no lo había conseguido, después de todos estos años. Una sonrisa burlona se unió con un gruñido para dejar a la vista mis dientes. Me relamí ansiosa por clavarle los colmillos en la carne hasta solo dejar los huesos, en verdad la carne de humano no era mi comida favorita pero había que aprovechar lo que se conseguía.

-Muerta. Yo pensaba que tú también estarías muerto a esta altura.- Dejé escapar algo entre un suspiro y un gruñido. -Si quiero algo bien hecho, lo tengo que hacer yo misma.- Seguí caminando a lo largo de la celda sin quitarle el ojo de encima. Resoplé ante sus siguientes palabras.

-No me importa y no es asunto tuyo.- Le gruñí en respuesta, yo solo tenía que matarlo ¿por qué tenía que haber tanta charla y tanta plata de por medio? Con lo fácil que sería torcerle el cuello y terminar con el vejestorio. Pero dijo eso último y acabó con mi paciencia, luego de darle una última mirada hostil dejé que la oscuridad me engullera caminando hacia las profundidades de la celda alejándome de él, desmonté el catre y lo lancé con todas mis fuerzas contra él. Golpeó contra los barrotes de plata dejando una abolladura y me volví a acercar a él con una expresión feroz.

-Más te vale esconderte porque cuando salga voy a buscarte y voy a matarte.- Todo es cuestión de pose para intimidar, frente al corpulento hombre yo solo debía aparentar que era mucho más grande. No lo veía como un padre o un familiar, lo veía instintivamente como un rival y no consentiría el sentimentalismo. Con todo aclarado volví a la oscuridad a la espera de lo siguiente que pase, pero ya había tenido suficiente de Allen.

Pensar que Sera estaba muerta fue doloroso pero, dado el contexto de guerra, no me sorprendió demasiado. Recordaba que se metía en problemas bastante seguido, siempre había sido combativa. No sabría si llevaba mi apellido o no. Más allá de que fuera o no mi hija, no quería hacerle daño, quería conocerla, ayudarla. Se me ocurrió que podría liberarla, pero tal vez lo mejor para los dos sería mantener los barrotes de plata entre ambos. Podría proponerle intercambiar lugares como oferta de paz, quería preguntarle lo que había pasado para que terminara ahí, pero de mí salió un gruñido gutural como respuesta a sus desafíos.

Seguí caminando a lo largo de la celda cuando la perdí de vista, la adrenalina me hacía sentir cosquilleos y me dejaba inquieto, cuanto menos. Seguía mirando el último lugar en el que la había visto esperando que vuelva a aparecer cuando, sin previo aviso, ví que algo venía hacia mí con fuerza y rápido. Abrumado, quise ir hacia atrás pero tropecé y caí de espaldas. Se parecía mucho a Sera pero sentía que algo le hacía falta y eso la hacía aún más impredecible. No esperaba convertirme en padre de un momento a otro, pero me dejó clara su opinión al respecto. No había estado con ella en todo este tiempo, no necesitó de mí, ¿por qué lo haría ahora? Tal vez yo necesitaba de ella. Dí marcha atrás con muestras de sumisión para aplacar la cólera de la mujer y me fui del lugar.

Los días que siguieron a la salida del hospital estaban borrosos en mi mente. No era más que un simple espectador de lo que me estaba sucediendo, y ni siquiera había terminado de asimilar la situación. Todo se sucedía como a escenas, retazos de algo que parecía irreal pero no lo era. La entrega de las cenizas de Blair, meternos a una habitación para estar custodiados por guardias, llevarse a Erin por un lado y a los mellizos por otra, ser arrastrado hasta el calabozo tras reaccionar por fin intentando golpear a los guardias. Me revolví contra ellos tratando de impedir que se los llevasen, eran lo único que me quedaba. De nada sirvió pelear... me noquearon y se los llevaron bajo excusas de protección de menores porque yo estaba acusado de crímenes de guerra.

Al despertar ya estaba en una de las malditas celdas, tirado boca arriba mientras me caía una gota de agua en la frente. Apenas había unos segundos de paz mental hasta que recordaba todo lo sucedido, y después era cuando se me venía el mundo encima. No pude salvar a Blair, no pude evitar que se llevasen a nuestros hijos... - Lo siento Blair...lo siento mucho...te he fallado. - giré para quedar tumbado de lado, encogido sobre mí mismo mientras cubría mi rostro con las manos. Amargas lágrimas comenzaron a salir de mis ojos, pensando que ojalá hubiese caído allí abajo con ella. Al menos no habría tenido que ver cómo se los llevaban, ni tendría que ser su prisionero a la espera de lo que quisieran hacer conmigo. No veía esperanza alguna. Aquello debía ser mi castigo por las torturas, los abusos, las matanzas, por permitir la creación de la IA que casi destruye el planeta...

Pasaba los días escribiendo en el diario que Nathan me había dado y abrigada con el jersey que Cleo me había regalado, el sombrero de pirata y la máscara. Lamenté haberle dado los guantes a la que me había detenido porque me habrían sido muy útiles, tenía mucho frío en los dedos lo que hacía muy difícil escribir así que, cada tanto, tenía que detenerme para calentarme las manos. Me preocupaba ensuciar el suéter, era un asco lavando ropa, siempre la arruinaba. Comía un poco porque quería tener fuerzas para matar al tal Allen, seguía sintiendo su presencia, se había alejado. Bien, así haría las cosas interesantes, pero su olor me seguía irritando.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando me llegó un olor. Su olor. Ahí estaba de vuelta, la tensión en todo mi cuerpo, los grilletes imaginarios alrededor de mis manos y pies, picor en la piel de todo mi cuerpo y sudor frío. Recordé la habitación y el dolor de forma nítida. Su sonrisa… la sonrisa de mis sueños o pesadillas. Era un truco de magia, querían quebrarme pero no lo iban a conseguir, así que respire hondo para mantenerme centrada. Una vez pude enfrentarlo y mirarlo a los ojos, podría hacerlo otra vez. El sonido de su voz evocó las palabras pronunciadas con tenebrosa serenidad y tono lascivo.

“Si te portas bien, tal vez salgas de aquí con vida.”

"Lo único que podéis conseguir es que suceda lo menos malo."

"Haz lo que debes"

¿Qué es lo que debería hacer?

What a wonderful world…

Me puse a tararear a un volumen bajo esa canción mientras seguía escribiendo. Esto me servía porque me ayudaba a recordar lo que pasó con claridad, no sabía cómo sentirme respecto a olvidar lo que había pasado, olvidar el dolor, su aroma… -Si te sirve de consuelo, a mí me quieren tanto como a ti.- O sea nada. -No te sirve de consuelo ¿Verdad?- Claro que no, era una ilusión hecha para torturarme. Chasqueé la lengua. -¿Recuerdas el nombre del General?- Estaba escribiendo una escena de mi vida en la que el General le daba órdenes al cabo del escuadrón al que yo pertenecía cuando formaba parte de las filas de la Alianza Humana; la Unidad Roja. Pero no me acordaba ese nombre.